El fuego es un recurso que siempre ha estado presente en los ecosistemas jugando un papel muy importante en la dinámica y en la conformación de los mismos (Rodríguez, 1996). Sin embargo, al estar asociado a las actividades humanas y a algunos fenómenos como el cambio climático, en ocasiones se ha convertido en un factor de deterioro de las áreas forestales.
La peor temporada de incendios en México durante 1998 generó un doble efecto: propició una crisis de credibilidad en la capacidad gubernamental de controlar los incendios y, en paralelo, presionó la apertura de espacios de interacción con la sociedad para encontrar maneras más efectivas de afrontarlos. Del pasmo ante la emergencia, grupos civiles y comunitarios pasaron a debatir la pertinencia de la estrategia y las acciones de supresión del fuego frente a los cambios demográficos, las necesidades de desarrollo y la relación con los actores locales.